La suma en 10 y 11
Tenía semanas buscando un buen título para por fin ponerme a escribir. Pensaba que al encontrarlo, eso me daría el permiso especial para hacerlo. Pero me estaba engañando, no era un mágico título lo que yo necesitaba.
La realidad era que estaba haciendo tratos con el tiempo, ese concepto a veces tan intangible pero que no se le va ni un sólo registro de la constancia de nuestra existencia. Ingenuamente estaba haciéndole mis acomodos porque de fondo quería hacerle trampa y apresurarlo; pero el tiempo es intocable y ya tenía su plan para amortiguar todo lo que nos dijimos y descubrimos hace más de un año.
Porque el tiempo es lo que ha tejido fuertemente esta historia desde lo más profundo por más de once años. Ha usado tácticas a veces extrañas e incómodas para ordenar nuestro pasado y nuestro presente; no se ha cansado de poner a prueba todas nuestras capacidades para demostrarnos que el tiempo es demasiado útil cuando se ha presionado mucho al amor.
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Era 2022, el año en que celebraríamos nuestros diez años de casados. Nos llegó de pronto ese simbólico número y también nos venció la falta de tiempo y organización para planear el viaje que queríamos para ese décimo aniversario.
Queriendo poner en práctica la habilidad de “aflojarnos más” decidimos irnos suficientes días a la playa para pasarlos con toda calma. Fue un viaje bien interesante porque marcó el inicio de añadir nuevos rituales y experiencias para dos seres amañados y de costumbres donde nos propusimos hacer cosas distintas: fue la primera vez que me sentí toda una kayakista conquistando los mares y a Alonso no se le veía ni rastro cabalgando la arena con su bici eléctrica. Fueron unas vacaciones llenas de sorpresivos factores climáticos todo terreno que en conjunto parecía que nos iban a preparar para transitar el acumulado de nuestros años de casados.
Uno de esos días que teníamos plan para salir, vimos cómo varios comercios en Puerto Vallarta se estaban protegiendo con maderas puertas y ventanas, parecía que se anticipaban a lo peor. Había costales de arena al pie de playa de varios hoteles y calles, todo comenzó a cerrar muy temprano porque se preparaban para el ciclón que habían anunciado y nosotros a penas estábamos llegando.
Aún veíamos el cielo tranquilo y soleado, se sentía todo normal y en calma. Alonso había planeado varios lugares por conocer y caímos en un restaurante griego sobrevalorado que nos sirvió diminutas porciones de aire, la falta de todo y el hambre, nos hizo inventar una nueva escala de premios para cuando tengamos otra experiencia similar en alguna mala aventura culinaria.
Salimos de ahí y todo estaba muerto, no había casi gente en la calle y tuvimos que regresar a refugiarnos en nuestro bonito departamento vacacional para crear nuestra mini fiesta.
Desde el balcón, vi como el sol se escondía poco a poco, la bruma borraba la línea del horizonte, todo el feliz cielo rosado poco a poco se fue nublando hacia un gris plano y tenue. Las olas crecían y el agua se tragaba parte de la playa, las nubes se concentraban y el mar se obscurecía a un gris intenso. Los mayores sonidos del viento y la tormenta se fueron colando en la madrugada. Si pudiera musicalizar los videos que tengo de esa vista, parecería el previo de una película de esas de desgracias naturales. Un día después, la lluvia fue convirtiéndose poco a poco en un pequeño pero molesto ciclón tropical que nublaba y mojaba el anhelado festejo.
Al igual que el clima, para lograr concentrar algo bonito y en calma, se necesita la fuerza de lo dos y para evitar que la amenaza de nuestro ciclón se convierta en un huracán destructivo, también.
Esos días pasamos por todos los climas y esfuerzos. Después de que los vientos cambiaron un poco de rumbo, la tormenta se desvió y no alcanzó a tomar la fuerza que se esperaba. Motivados a seguir el festejo, decidimos seguir retando a la naturaleza e incluimos una extensa y complicada caminata por la selva; ese suelo desconocido y resbaloso nos puso a prueba todo el cuerpo y el espíritu.
Subíamos y bajábamos agarrándonos de troncos, piedras y ramas para abrirnos paso por la húmeda vegetación, y de paso, parecía que también queríamos aclarar el paso entre los dos: entre lo que pensábamos, queríamos oír, decir y lo que no dijimos.
Estábamos cansados, dolidos y exigidos por las densas sombras de cada uno que a veces permitimos que traspasen al otro y el camino pareció tragarnos poco a poco.
Ese accidentado y resbaloso terreno, parecía una premonición o un pre-calentamiento que nos quería mostrar que habría que hacer un nuevo camino, un esfuerzo extra, sólo que en ese entonces, no era tan claro en qué, cómo o cuál sería la recompensa.
En un terreno desconocido para los dos y había que tomar la decisión de no quedarse inmóvil: caminar, trepar de subida y mover el cuerpo antes que el recorrido te chupara la vida. Habría que cruzar con un nuevo entendimiento todo el camino para analizar la raíz de la exigencia, el llanto atorado en la garganta, la frustración añeja y las palabras mal colocadas en el reclamo árido y no resuelto. Había que hacer la difícil tarea de soltar lo que agarrábamos encostrado de costumbres y silencios y soltar las expectativas de lo que pensábamos que seríamos. Teníamos que darnos de frente y por primera vez darnos cuenta que no éramos inmunes a los desajustes accidentados del terreno de las relaciones con el paso de los años.
Sí, pensábamos que éramos inmunes y que el pelo no se nos movía ni con el aire, pero resultamos frágiles como un palito seco que pisas a prisa y sin querer y con su crujido te truena algo en el estómago.
¿Porque será que en buenas y saludables relaciones no siempre se siente todo tan bien?.
Parece contradictorio, pero cuando cada uno decide y quiere hacerse responsable de ver y comprender sus traumas, abandonos y cómo aprendió de otros a relacionarse con el mundo, se acaban los pretextos para echar las culpas al aire. Ya no me puedo pintar la boca doble rojo para disimularle mis fallas. La fuerza de la marea reveló todas las palabras.
Porque no es sólo verlo y ya, es cavar en los terrenos de la humildad para escuchar y hacer espacio para recibir el dolor del clavo de que tú también eres capaz de causar daño y es muy difícil hacerlo consciente. Recuerdo la primera vez que yo escuché que yo también hacía cosas que provocaban cansancio, presión y daño a Alonso, me angustié y me paralicé. “¿Cómo si lo amo tanto?”, pensaba: “¿Por qué no lo veo? ¿Por qué no me doy cuenta de eso?”.
He aprendido varias y duras lecciones en el trabajo de analizar y tomar mi parte. Una parte de la mujer que soy hoy, no lo sería sin las lecciones altas y bajas de estar en matrimonio y estoy muy agradecida por cómo esta historia me ha dado como persona más allá de este gran amor.
Y es que en esta historia ningún hecho o frustración acumulada es un acto organizado, nos amamos demasiado. Sólo que muchas veces no es tan visible el conflicto para señalar con tino la acción que hace el otro; no basta, las cosas se acumulan. En el conflicto el aire se vuelve denso, es una mezcla de carga personal con las carencias que aprendimos de otros y la dinámica de años de pareja.
Con razón había que cubrir todo con maderas y costales por el huracán... Hay una frase de una canción que nos gusta que dice:
“Si vas a dispararme con hielo, deja que me resguarde” – (Déjame ser. De Manuel Carrasco).
Y te resguardas.
Yo crecí dentro de mucha ansiedad y conflicto. Toda mi vida observé y escuché mucha insatisfacción, enojo y victimismo. No había reparación ni responsabilidad de los actos. Difícilmente se instalaba la madurez y la calma después de la tormenta. La mayoría de las cosas que sucedían se sentían inconclusas y pesadas. No había contención ni explicación, el caos se prendía a cada rato.
Sin contención emocional y sin saber cómo calmar la angustia, desde muy chica recuerdo que me asustaba fácil; es un recuerdo largo de pesadez y rigidez, creo que la sensación de una especie de abandono y de que todo puede terminar en cualquier momento más la preocupación excesiva, es algo que siempre me acompañó desde muy niña. Después, cualquier mínimo desajuste en mi vida, me ponía hipervigilante y en alerta. Ridículamente es un trauma que me hizo muy independiente.
Ya avanzados los primeros años de matrimonio, empecé a buscar mis patrones de lo que aprendí de ser mujer, -y fueron duras las revelaciones-, me tomó mucho tiempo validar y entender temas muy profundos y creo que ha sido la mejor inversión de mi vida; y no sólo por el tema de matrimonio, ha sido muy importante para mí; me liberó, me dolío, pero florecí. Me di cuenta de todos los traumas y otras cosas que me llevé a la relación de pareja y que no iba a ser camino fácil. Muchas de las cosas que inconscientemente me generan angustia o miedo al abandono, las aprendí, -y sin dejarle todo a la niñez- descubrí que enfrentarlas bien, -no ahí de pasadita o cómo si no fueran la gran cosa-, hacen que pueda ir responsabilizándome de mis partes y dar un paso atrás del patrón de víctima que vi toda mi infancia. Ha sido un camino duro pero muy gratificante descubrir que soy otra mujer; y a pesar que tengo muchas huellas de esas cargas, pude sacarme una historia que no me pertenecía.
Como pareja, definitivamente caemos en una lista de cargas y faltantes como todos en este mundo, y también es verdad que hay personas que lidian mejor con todas esas cargas y a otros definitivamente nos cuesta más trabajo. Todos experimentamos buenos y malos vínculos al crecer e influyen mucho en la forma en que nos relacionamos y enfrentamos la vida. Y también es verdad, que hacer ese trabajo de revisión no te acerca para nada a la perfección pero sí te ayuda a navegar mejor estas partes contradictorias del amor en las relaciones largas y duraderas.
Cuando digo que es contradictorio y que no siempre se siente tan bien, suena ilógico en un terreno donde hay tanto amor, pero es que al entrarle con tanto trabajo interno la verdad sale con más fuerza y duele. Nadie se queda callado.
Te enfrentas a ti mismo más seguido porque el otro te refleja fácilmente lo que tienes que sanar porque también él está buscando hacer lo mismo que tú:
Reparación.
Es un proceso incómodo porque la bestia que te habita sale con más fuerza y te susurra que está ahí y eso asusta. Pero ante su amenaza uno se vuelve imparable; le acercas una silla y la invitas a sentarse porque tu deseo de estar bien es muy grande. Por eso no nos dejamos de forma personal y en pareja, no paramos.
Los diez años creo que nos ayudaron a ver que muchas cosas tal vez ya no son, cambiaron y otras se van a modificar, -Aún no tenemos todas las certezas, ni sabemos las cosas que vendrán- pero el tiempo nos mostró la lección: al dar espacio, surge una nueva habilidad para sostenernos a veces en esa rara contradicción: donde el gran amor no es perfección, donde se puede estar con desajustes sin tener todas esas certezas de la felicidad en la mano, donde hay espacio para experimentar y descubrir que hay temporadas donde se puede estar bien en el medio; donde a veces uno jala y otro espera, o donde los dos jalamos al mismo tiempo reconociendo que ese trabajo va a tener constantes ajustes pero tiene la fuerza del profundo vínculo que nos sostiene y porque simplemente y en pocas palabras: hay que aceptar y perderle el miedo a lo complicado de la vida y de las relaciones de pareja.
Ese camino que recorrimos en la selva era el ejemplo perfecto para la comprensión de los años que llevamos juntos: partes fáciles, otras difíciles, cansadas, interesantes, planas, por descubrir, en silencio o en alerta.
***
Esos días nos vimos distinto, descubrimos cosas pendientes que las dejamos marinar para descubrir que no éramos perfectos y teníamos que abrirnos paso por ese ciclón tropical. Viéndolo a la distancia, la extensa caminada no era sólo dificultad, también celebraba que nunca dejamos de avanzar o dejamos de ver dónde pisábamos; nos cuidábamos mucho entre lo dos, - nos seguimos cuidamos tanto- usamos toda nuestra fuerza para llegar y cada paso era un paso de fe con la esperanza puesta en esa pequeña playita prometida.
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De pronto, el sonido del agua sonó como música y las ramas de los árboles se abrieron; dejaban ver desde lo alto una pequeña manchita de un azul turquesa. El color se abría entre la dureza del camino y las piedras, se desatoraba la garganta y la felicidad reclamaba su victoria.
Nos metimos hasta dentro, empezamos de nuevo, el océano nos llenó. Fue un momento de los que a cada rato censamos su registro, es donde escondo la letra de esa canción que un día Alonso me dijo cuando abrazamos nuestras realidades de que sólo él y yo seremos testigos de la vida de cada uno:
“In all the places we were hiding love”… (Peter Gabriel – Secret World).
Yo estaba bañándome cuando escucho que Alonso tomó su bici para ir por hielos; lo que yo no sabía era que tenía toda una sorpresa preparada que después me enteré de todo el tiempo e intención que dedicó para que cada elemento tomara forma. Él no sabía, pero ese detalle hizo un efecto en cadena para que como esa madrugada, todo nos siguiera abriendo paso con las mismas ganas que nos tienen hoy.
Sobre la cama había una increíble silueta de un vestido blanco en tela stretch, un velo corto pegado a una peineta con diminutas perlas, un par de aretes dorados y los más bonitos guantes que he visto.
Dijo:
-Pensé que si era aniversario, por qué no vestirte de novia otra vez.
Yo lloré y lo hago cuando escribo estas líneas: tengo grabada en mi memoria su tono de voz y la expresión de como me miró y cómo presentó todo, sentí algo en el pecho, como un apretón, como una sensación de un aliento grande y atorado que quiere salir. No sabía lo que ese detalle y ese momento me haría ir y venir en el transcurso de un año después.
Varios meses y pláticas después, me hizo re dimensionar las tantas formas de cuidado que tiene de verme y las que yo a veces doy por sentado por buscar una en particular. Con eso me recordaba: “te veo” “te cuido” “te elijo” “esto es especial” “te tengo en la mente” “cuido el detalle porque te cuido a ti”.
En mis tratos con el tiempo, volví a re dimensionar todas las formas de amor que él pone, -más allá de lo material-.
Hace algunos días, nos quedamos un rato en la mesa con la última cerveza después de recibir invitados en casa, le decía como me invadía esta sensación de bienestar de estar tan cuidada, tan segura y hablamos de validarnos esas otras formas que existen entre los dos: lo valioso, lo suficiente, lo importante.
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Tomé el vestido blanco, lo abracé, me vestí como novia y apretaba con los dedos mis párpados tratando de no deslavar la sombra dorada que me había puesto.
El molesto ciclón tropical y la espesa bruma se habían ido y el sol y el calor habían regresado al balcón. Era un hecho contundente que nadie me quitaría esos guantes de tul en la playa. En algún momento que no me di cuenta escondió velas como mago entre nuestras compras del súper. La ida por hielos era para recoger un pulpo a la gallega que pondría en la mesa del balcón que preparó con vista para dos. Cargó con su cámara decidido a dejar un testigo más de nuestra historia; me conoce tan bien, sabía que me pondría todo y el amor se tatuaría en estas fotos.
Estaba decidido que alargaríamos la fiesta hasta la madrugada y era un hecho que yo no iba a quitarme ese velo. Las personas nos veían por la calle con una sonrisa mientras nos divertía pensar: “¿Qué historia se estarán imaginando viendo los años que nos cargamos y yo vestida así? “ ¿Será una pareja que se conoció hace poco y se casó express? “¿Será que es su segunda vuelta?”.
En las mismas calles que cruzábamos un día antes y ningún carro nos daba el paso, esa noche todos los carros se detenían dejando cruzar a los novios.
Qué interesante acto detenerse para dejar pasar al amor.
Un gran grupo de personas en el Malecón se abrió por la mitad dejándonos pasar, nosotros cortamos el aire como si esa noche sólo fuera para nosotros. Nos abrimos espacio entre la gente de la pista de baile al ritmo de un son cubano, con un mojito, un velo y un vestido blanco. Lo recuerdo: él me lleva, su ritmo es impecable, me dirige la vuelta tomándome la mano firme y sin soltarme, no sé qué ancestro le pasó su fuerza.
Así, todo se abría: el cielo después de la tormenta, la selva hacia la diminuta playa, la pista y nuestra esperanza. Ahí festejábamos y comenzábamos de nuevo una de tantas noches rumbo a un onceavo año de descubrimientos juntos.
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La idea inicial del festejo de los diez años era tomar un crucero, cuando nos casamos nuestra luna de miel fue en un largo crucero que tomamos por el Mediterráneo y queríamos celebrar de la misma forma en algo más corto pero en un crucero. Recorrimos ese viaje para unirlo con nuestro onceavo aniversario en un crucero a las Bahamas.
Nos alejábamos del muelle en ese monstruo sobre el mar mientras que un grupo de los que amenizan las áreas del barco tocaban la canción de la escena del Titanic de la noche en que se hunde.
-¿De verdad les parece la mejor elección musical?- dijo Alonso.
Creo que en ese momento sabíamos que iba a ser un viaje muy divertido.
Para mí la diversión empezó al recibir mi embarque en aguas internacionales. Así le nombramos a una maleta que vi que Alonso sospechosamente documentó llena de una excelente selección de outfits de aniversario, porque si esta vez ya no me pondría velo, -ya me había vestido de novia hace un año- ahora me colgaría todo el arreglo posible como si estuviera caminando en el Titanic; total, yo a eso iba y ya estaban tocando la canción.
Más allá del gusto y estilo personal, le confesaba a Alonso en este viaje que llevo los últimos años descubriendo que me gusto y me empodero cuando me arreglo de cierta manera más que cuando estaba más joven y me veía mejor. Sé que mucho es porque llevo años trabajando lo interno más que el pellejo de adorno; pero lo que él no sabía, es que también él forma parte del sentimiento de dónde esto nace. Y a mi me gusta mucho saber que él me ve. Me hace sentir querida y cuidada con todo lo que me da y también me empodera y potencia ese sentimiento femenino con la ropa, -es más allá del outfit- es esta sensación de confianza, de estar bien, donde él pone, recibo, me anima y en esta libertad mi energía femenina se duplica.
Seguramente vendrán etapas muy distintas, pero después de estos años sentir y validar el tiempo que él se da para observarme, conocerme, elegir y
saber qué me gusta y cómo me hace sentir, es algo que he valorado cada vez más. No son las cosas, es ser vista y vernos. Muchas veces me he encontrado a Alonso metido y enfocado en el trabajo donde pareciera que todo su pensamiento y fuerza está ahí y siempre abre un espacio y me sorprende con algo para mí en medio de un caos absoluto. Siempre: “¿Qué quieres hacer? ¿Qué se antoja? ¡Póntelo! Es ahora o nunca.”
Hace un par de meses me encontré esta parte de un texto del blog que Alonso me dijo cuando teníamos 4 años de casados y como este es una larga historia celebrando al amor, la dejo aquí nuevamente:
“Eres un arcoiris, eres una mujer llena de intereses, colores, sabes conectar con todo y con todos. Te emocionas con la casa y con tu trabajo, atiendes, das. Disfrutas y sientes con la misma intensidad. Difícilmente vas a dejar lo que eres, tú no puedes ser solo una cosa, Lucy es un montón de cosas. Construyes mucho para ti, te cuesta trabajo y le luchas. Atraes cosas por que sabes cómo hacerlo. Piensas que lo que das en la rutina diaria de casa es eso, la rutina, pero yo lo veo diferente; es una forma de quererme, cuidarme, das mucho, me das mucho. Yo no lo veo sólo como lo que te toca hacer. Por eso me gusta darte todo lo que puedo, me encanta hacerlo".
Este crucero nos trajo muchos recuerdos: Alonso llevó el mismo perfume que usó de recién casado, había la misma cerveza Peroni con la que inauguramos nuestro matrimonio en Roma hace once años. Disfrutamos grupos en vivo y sones de boleros junto a la alberca donde al parecer éramos los únicos Mexicanos que dominábamos todas las letras a todo pulmón. Obviamente yo saqué todos los pasos prohibidos de Señora en la disco del barco sintiéndome de moda y nos sentamos en los bonitos restaurantes al estilo la Dama y el Vagabundo.
Todos los días después de salir a un bar o a cenar, nos asomábamos a sentir y escuchar el océano sintiendo su fuerza en medio de la nada.
Entre las múltiples sobremesas de tanto restaurante y movimiento de mar, Alonso me explicaba que hay músicos que sólo son conocidos por la capacidad de crear un sonido en particular, de esos difíciles de replicar. En esa búsqueda, se empieza por ese deseo de sonido, luego se va experimentando por distintos métodos para hacerlo: el material del cable, el pedal, el lugar, la lentitud, la rapidez, el sintetizador… y poco a poco y con constancia sale y te encuentras con el tono perfecto, ese que estabas buscando.
Si yo me emociono con un par de guantes blancos de novia, él tiene algo con la música que a veces creo que define el amplio espectro de emociones, sensaciones, sentimientos y formas de narrar su mundo en el que hay que poner mucha atención porque ahí hay mucho que ayuda a poder descifrarlo.
Tal vez el amor y el matrimonio es parecido y a veces necesita crear sonidos nuevos explorando distintas formas para hacerlo. El nuestro es un entrenamiento de oído, sensaciones, empatía, alineación, realidad, belleza, confianza y paciencia; es a veces pelar y separar ese sonido en capas de dolores que se escuchan desafinadas al principio para entender como está construido. Es escuchar con atención, regular el volumen de nuestras sombras y no cargarles efectos de más; es acostumbrarse a la constante “Actualización en segundo plano” que Alonso acaba de descubrirse, porque siempre vamos a estar descargando actualizaciones los dos, no es sólo un deseo que se crea solito, es una búsqueda y una decisión.
Es el tiempo.
Y cuando nos abrimos y aprendimos un nuevo lenguaje, conocimos otro mundo; se duplicó el aire, llegamos, las ansias se las llevó el agua, lo sentí todo.
Crecemos cada vez que aceptamos nuevas verdades, cada vez que aprendemos a navegar entre la contradicción de lo claro y lo obscuro sincronizando un nuevo sonido que entra y te llena el pecho de vida. Crecemos cuando nos aflojamos y nos damos cuenta que la felicidad se puede abrir paso en las grietas de este par de vidas imperfectas que estaban destinadas a conocerse y sanar sus dolores, porque en esta vida de dos, seremos los únicos testigos de las evidencias del tiempo y de los más bonitos detalles de nuestras vidas, no hay nadie que los va a conocer como nosotros lo sabemos.
El amor nos encuentra a cada rato,
cuando entras a la casa y me acerco a ti,
cuando nos cocinamos,
cuando me preguntas cómo dormí,
cuando pones tu mano en mi pierna mientras cantas en el carro,
cuando haces planes con anticipación para los dos,
cuando escuchamos una canción,
cuando me preguntas de qué tengo ganas,
cuando me pides que vaya con cuidado,
cuando nos disculpamos,
cuando nos adivinamos el pensamiento,
cuando me das una sorpresa,
cuando nos sentamos en la playa,
cuando bailamos en la casa,
cuando nos acercamos demasiado.
El amor está en incontables momentos y sabe de nuestra existencia; nos va a encontrar en los buenos y los malos tiempos, no debemos de preocuparnos por los caminos del tiempo, el amor nos encontrará a cada rato.
Decía que buscaba un título porque no encontraba como pegar los 10 y 11 años de casados, buscaba las palabras correctas para unirlos y suavemente transcicionarlos, pero tal vez es como esa búsqueda de sonido, cuando lo creas es como dar con una buena canción, de esas que cantas y te hacen sentir que todo se puede, si suena bien, se siente bien y la quieres escuchar una y otra vez, tal vez el título parece ya una canción:
Somos la suma en 10 y 11.
Me gusta que existas, me gusta encontrarte, se siente el amor.