EL VUELO DE FAVELINO Y TOÑO ESQUINCA
¿Quién me va creer que me pasan estas cosas?, lo miro mientras escribo, está en su lugar favorito y es mío.
Ese día Alonso me enseñó a prender el asador. Atenta al carbón y al fuego, esperábamos en la mesa a que estuviera todo listo, cuando de pronto, Alonso vió a un colibrí sobre un nido en forma de cono que se mecía en una frágil rama sobre el humo del asador.
Inmediatamente nos paramos y el colibí voló (no sabemos cuánto llevaba viéndonos). Movimos el asador pensando que esas creaturas ya estarían ahumadas o intoxicadas. Los grabó para cerciorarse que estuvieran bien y los vimos:
Recién tronado el cascarón, con las canciones de José José de fondo, acababan de nacer dos miniaturas negras de bebés colibrís.
Sólo un par de días antes, yo había encontrado un nido de tortolitas junto a la ventana de la cocina.
No lo podíamos creer.
Marzo nos regaló en su primavera: a María Félix la colibrí, Conchita la tortolita y los nacimientos de las cuatro mini aves con un par de cada especie, todas nacidas en la misma semana y eligieron nuestro hogar para salir a la vida.
Les tomé mucho cariño a los colibríes en el jardín porque hicieron su nido tan bajo y tan cerca que era un espectáculo diario. Todos los días veía a María Félix cómo iba y venía para alimentarlos. Cuando los dejaba solos yo aprovechaba para asomarme y ver cómo iban creciendo.
Eran irresistibles y desde varios ángulos podíamos espiarlos. Cuando yo tenía que pasar con la podadora lo hacía con el alma en un hilo, rogando que a uno no se le ocurriera brincar a mi paso porque uno de ellos siempre tenía los ojos bien abiertos y me veía fijamente.
Ese era Favelino, al que yo bauticé y fue el que siempre volteaba a la cámara o me veía regar el pasto. Toño Esquinca, el que bautizó Alonso, tardó un poco más en abrir los ojos.
Era muy divertido ver cómo crecían y pedían comida con sus finos mini picos, hicimos pretextos de fiesta en el jardín para celebrarles su baby shower y teníamos que mover el asador de lugar y generar cuidados extras para que ninguna creatura se ahumara o diera el temido brinco a las brasas.
Los días y las semanas pasaron y poco a poco notaron que tenían alas, se estiraban, se movían, ya no cabían en el nido pero seguían bien apretados en él.
Decidieron emprender el vuelo el día del eclipse de Abril. No imaginábamos que nos saldrían tan místicos.
Yo estaba regando el jardín y vi que Favelino tenía un rato parado sobre el nido. Me parecía muy raro que no lo asustara mi presencia y pensé que sólo estaba estirándo las alas, nunca pensé que daría el brinco frente a mí, pero lo hizo.
En un segundo brincó torpemente a un par de metros de mí, literal fue como un raro salto, no tuvo la fuerza para elevarse: se pegó con plantas, ventanas y puerta hasta dar al piso. Yo corrí a cerrar la ventana de mi oficina y me metí porque me daba miedo que entrara a la casa, se lastimara y además no quería asustarlo.
De pronto voló torpemente hacia mi puerta, chocó en el vidrio y calló en el piso frente a mi reflejo, se quedó quieto unos segundos, yo me agaché con el corazón palpitando, quería plasmar el recuerdo y observarlo bien porque pensé que se había roto algo, él temblaba todo como si dijera: "¿Cómo le hago?" y yo le dije: "¡Vuela Favelino, vuela!".
De un segundo a otro revoloteó con muy poca altura logrando aterrizar en la lavanda y se quedó ahí un par de horas curioso a todo el entorno, de pronto María Félix lo ubicó y empezó a alimentarlo sobre la frágil ramita de la planta.
Un rato después, Alonso vió justo el momento en que Toño Esquinca brincó del nido. Toño voló sin problema hacia nuestro árbol Tito Puente, él no batalló, no se pegó ni chocó con nada, yo creo que se esperó al final y después de ver el caos que hizo su hermano hizo un mejor cálculo.
¿Qué posibilidades hay de que a cada uno de nosotros le tocara el momento exacto donde cada colibrí dejó el nido?
Después de un rato, Maria Félix, Favelino y Toño Esquinca desparecieron del jardín... se los llevó el eclipse.
No puedo mentir, se me salieron un par de lágrimas cuando se fueron y Alonso me abrazó. Sé que no eran míos eran de la naturaleza, pero me dío tristeza que volaran, pensé que no me despedí y que no los volvería a ver.
Ese día Alonso me dió un regalo y me dijo: "Te lo manda Maria Félix, Toño Esquinca y Favelino, que muchas gracias por tus atenciones".
Al día siguiente extrañaba a mis colibrís. El nido se mecía vacío sobre la hilacha de rama, estuve viendo al cielo y buscando en las plantas vecinas... nada. Sentía una tristeza muy rara. Parada a mitad del jardín los busqué y esperé quieta varios minutos para ver si los veía, por lo que había leído sabía que tienen buena memoria, esperé más y justo cuando pensé:"¿Qué haces Lucy? es ridículo que te sientas así, como si supieran quién eres".
Me doy la media vuelta para meterme a mi oficina y justo en ese preciso y milimétrico momento de tiempo, bajó María Félix como cohete, partió el aire y frenó en seco a mi altura, no fue a ninguna planta ni se paseó por el jardín, sólo se suspendío en un punto fijo, nos vimos unos segundos, -me dieron muchas ganas de llorar- despegó rápidamente y en la misma dirección por donde vino hacia una rama muy alta y de pronto, los vi: los dos mini tamaños de Favelino y Toño Esquinca volando torpemente entre otras ramas.
Yo sentí que bajó a dar las gracias.
A partir de ahí, nuestro jardín ha sido su entrenamiento para la vida y un verdadero lujo para mi observarlos. Me han pasado muchos momentos que me parecen de fantasía. Una vez que dejan el nido, los colibríes dependen de la mamá casi un mes más, ella los alimenta hasta que puedan ser más independientes y entrenen sus patrones de vuelo en las zonas del alimento.
Tenemos semanas viendo cómo María Félix los ubica y los alimenta, siempre eligen las mismas ramas de nuestras plantas o en lugares insuales como en una silla acapulco donde el otro día casi se atora uno de ellos.
Los saludo cuando salgo hacer mi ejercicio matutino, juegan en el abanico del regador, comen del muicle, lantana y las luces de bengala. Tienen sus horarios y me parece increíble que uno de ellos aparta sus ramas sin equivocación para descansar del calor. Es la mejor narración en vivo que he experimentado y ellos la escribirían mejor que yo. Sé que temporalmente ya marcaron su territorio en el jardín y reconocen las flores que los alimentan.
A Toño Esquinca lo hemos encontrado descansando en una planta afuera de la oficina de Alonso, parece que le gusta la música, el otro día Alonso estaba escuchando a Charly García y Toñito Esquinca estaba en su rama escuchando también, definitivamente es su colibrí.
Favelino es el que no suelta su rama favorita junto a un arbolito pegado a la lavanda, ya se le ha puesto al tiro a otro elegante pájaro de pecho naranja; desde hace una semana el invasor pájaro insiste en quitársela y sí logra hacerlo por unos minutos. Favelino todavía es pequeño y aún no le sale lo agresivo del colibrí adulto, pero se le enfrenta a pájaros que le triplican el tamaño, el otro día vi cómo corrió a un enorme cuervo.
Cada vez es más difícil ver a los tres al mismo tiempo, los ubico muy bien por el contraste de los tamaños y cuando Maria Félix los alimenta; siento que ya los va a dejar y se van a separar porque ha pasado casi el mes y pronto se considerarán adultos independientes.
Maria Félix es ave de muchos amores, dicen que rara vez vuelven a usar el mismo nido, pero otras veces sí guardan memoria y lo utilizan, o bien, lo hacen muy cerquita del primer nido si el lugar estuvo seguro y con alimento. Leí que hacen territorio y regresan a los mismos lugares incluso después de migraciones largas. Más grandes va a ser complejo saber si son ellos los que estén aquí y dependerá si hacen esta zona su territorio por un tiempo. Hoy sé que uno de ellos no suelta su rama favorita y no permite que se la quiten desde pequeñito, estoy escribiendo y lo estoy viendo; es mi Favelino, su territorio es ese rincón en dónde descubrió que el mundo olía a lavanda.
Al día siguiente que volaron del nido y sentía esta rara tristeza, me salió este poema en una página que sigo de poesía, "¿En serio?" "¿Quién me va a creer que me pasan estas cosas?"-parece broma, pensé.
No me paren
no ven que estoy creciendo
no ven que estoy en pleno vuelo
que surco el agua
que esquivo las lanzas
no me vengan a vender sus sueños de dinero y de humedad en los huesos
ahorro el tiempo y lo lanzo al aire
paloma coja
vuelo certero
me elevo
y me impulso en los vientos de las lunas llenas
No me paren, no me hablen
no me invaden
no se beban la sangre de aventura
no la aten con horas fijadas con metros que les estrujan
abran ustedes lo ojos
Álcense
y no dejen que los aten los hatillos de piedra de los días de diario, esperando
libertad de los gansos sin alas que esperan que el fuego de la parrilla los consuma
No me paren
no se paren
no ven que ya levitan
y que empiezan a alzar el vuelo.
(Página Clara Carusa)
Lo sé, no son míos, son de la naturaleza, pero para mí son mis colibrís.
Pocos días después que Toño Esquinca y Favelino dejaran su nido, las dos tortolitas bebés también. Me tocó el día que lo hicieron, me senté en la cubierta de la cocina a observar por un rato el método: Conchita les hizo batir sus alas desesperadamente, se estiraron y uno a uno salió por una ramita caminando, uno se paró de puntitas como descubriendo sus patas y esa tarde sólo se regresaban al nido a comer y luego volvían a salirse a pocos centímetros de él. Durmieron todos en fila en una rama afuera del nido, al día siguiente se fueron y no regresaron.
Sentada en esa cubierta de la cocina, me sentí llena, afortunada, libre; no podía dejar de pensar que me tocaron los momentos exactos de las partidas, me sentí acompañada, feliz y entendiéndo que el cuidado de mi jardín que atrae mariposas y colibrís llega más allá, es un simbolismo.
Esa tarde Alonso me dió otro regalo: "Te lo manda Conchita y sus hijos, que muchas gracias por todo"